domingo, 10 de abril de 2016

Cuando diez años son una eternidad

CANTABA GARDEL, el tanguero arrebalero, que 20 años no son nada, pero se equivocaba porque no hace falta que pasen 20 para saber que diez sin ti, Pepe, son una eternidad. Diez años sin él generan un vacío enorme y aunque se dice que cuando el recuerdo resiste el paso del tiempo, la persona nunca muere; a veces nos sentimos huérfanos por no tenerte cerca, por no recibir un consejo tuyo en los momentos de duda y porque nuestros oídos no escuchan esos comentarios que te hacen reflexionar.

Una mañana temprana del mes de abril de hace una década –se cumple mañana- se fue alguien que había inventado el periodismo deportivo de base en Pontevedra. Antes de que nacieran suplementos dedicados a las categorías inferiores, José García López -Almansa para el pueblo- luchaba por que en los medios, evidentemente en su Diario, el fútbol base tuviera su hueco. Su amado Barcelona nunca era más que un juvenil del Salgueiriños, un infantil del A. Juvenil o un cadete del A Seca. 

Sin alharacas, sin estruendos… su vida siempre había sido estar al lado de los demás, de ayudar a aquellos que lo necesitaban y de implicarse en que los demás lo tuvieran fácil. Nunca los Carlos Menéndez, Lucía, Mele, Marcelino… han tenido, ni tendrán, un mayor defensor. Han sido diez años sin la persona que estuvo siempre pendiente de aquellos que han trabajado para hacer una sociedad mejor y que veían el deporte como una extraordinaria posibilidad para formar a las personas.

Ahora, por suerte, es relativamente sencillo encontrar información de base en los periódicos. Cada cabecera tiene su suplemento dedicado al deporte de los pequeños, probablemente el espacio sea menor del que los clubes quisieran, pero mucho más del que tenían. Aquellos que se han criado en el siglo XXI no tienen el recuerdo del pasado. Ese en el que él forjó su vocación. Esa personalidad contagiosa. Nunca se le agradecerá a otro genio, Amador Larriba, que le convenciera para que dejara los zapatos y se dedicara al periodismo.

La suya ha sido una lección vital. Eran los tiempos en los que no había móviles, por lo que tampoco había grupos de WhatsApp, ni internet, ‘ni Faaacebok, ni Twitter ni hashtagggg’ como dice Sabina, ni programas informáticos que adelantaran los resultados, pero siempre los conseguía. Han desaparecido aquellas maravillosas noches de domingo en los que los teléfonos no paraban de sonar. Cogía uno con la mano derecha, otro con la izquierda, mientras levantaba otro para que no se perdiera la llamada. Si hacía falta llamaba a la Guardia Civil o al cura del pueblo del que lograba su ayuda. Todavía retumba aquella frase repetida hasta la saciedad de «cómo la autoridad del pueblo no sabe como quedó el equipo de fútbol» y al rato le devolvían la llamada dándole el marcador.

Eran tiempos distintos. Los modernos dirán que peores, pero eran en los que ejercer esta profesión era siempre una aventura. Ni corto ni perezoso, cogía el coche e iba a donde hiciera falta, a por las fotos de la AGN o hacía lo necesario por los suyos, por el fútbol base y por su Diario.

Almansa, Pepe para los suyos, pertenece a ese selecto grupo de personas que están vivos después de morir, porque su recuerdo nunca muere, pero realmente esas frase que volvió a la actualidad con el adiós de su amado Cruyff es simplemente la justificación perfecta para ocupar, de alguna manera, el hueco que dejan ese tipo de seres, a los que los demás tenemos que conformarnos con acompañarlos.

Han sido diez años en los que las cosas han cambiado. En los que su nombre está unido al de un premio que pretende reconocer a esos a los que siempre defendió: los que luchan por que la sociedad haga deporte y en estas páginas tratamos de mantener vivo su recuerdo, pero siempre nos faltará. Así que nos tenemos que conformar con pensar que a veces su vieja máquina de escribir vuelve a sonar. Si el protagonista del ‘Sexto sentido’ aseguraba que a veces veía muertos, por qué nosotros no podemos reconocer que a veces su máquina vuelve a adquirir vida, aunque simplemente sea en nuestra memoria. Es la manera de saber que un día tuvimos el placer de estar a su lado.

domingo, 25 de octubre de 2015

Attilo Pontanari, la primera gran leyenda del deporte pontevedrés



Hubo una época en la que el deporte era ‘sport’ y no por esnobismo, sino porque en países como España en el último cuarto del siglo XIX aquello se veía como una moda de los británicos, que alteraba la mente de las personas. Solo el empeño de unos cuantos como Attilio Pontanari hicieron cambiar, muy poco a poco, esa imagen, defendiendo el ‘sport’ como un factor fundamental en la formación de los seres humanos. Conceptos totalmente afianzados en la actualidad, pero que hace 150 años representaban una verdadera utopía.

El ‘sport’ significa el comienzo del deporte que estaba reservado para un determinado segmento de la población. Pontanari, que la definía como gimnasia higiénica, la popularizó en una tierra a la que llegó con 28 años (nació en Florencia en 1850) como miembro de un espectáculo circense en el que también participaban sus hermanos. Su estreno como Hércules se produce en mayo de 1959 en el Circo Ecuestre de Rafael Díaz instalado en lo que ahora es la plaza de María Pita. Aquella no fue una visita esporádica, sino el viaje definitivo a su nueva tierra porque el ‘signori Pontanari’ ya no regresó a su Toscana natal y creó una nueva vida en Galicia.

Después de una década en la ciudad herculina, se trasladó a Santiago (1888-1893), donde comenzó a ser una figura destacada en la sociedad compostelana gracias a los conceptos que promovía y a su trabajo como profesor de gimnasia, maestro de esgrima, inventor, ortopedista, ciclista y jefe de bomberos. Sus cinco años en la capital gallega fueron determinantes porque ya nadie lo identificaba como un forzudo, sino como un maestro. Su actividad fue frenética. Creó su primer gimnasio en la Sociedad Económica Amigos del País y Valle, que fue el paso previo a abrir otro, en 1893, en Vilagarcía y un año después se afincó definitivamente en Pontevedra.

Fue en Pontevedra, donde volvió a coincidir con el futuro insigne de las letras españolas Ramón del Valle-Inclán al que había conocido en Santiago de Compostela, la ciudad gallega en la que vivió más tiempo (17 años), aunque murió en Vigo un día como el de hoy, pero de 1924.

Pontanari conocido por sus ideas progresistas era un claro defensor de la presencia de la mujer en el deporte, algo que no estaba bien visto. Se convirtió en uno de los personajes más importantes y conocidos de Pontevedra. Comenzó a dar clases de gimnasia y de esgrima en la Sociedad del Liceo Gimnasio (estaba ubicado en la avenida de Bos Aires, donde ahora se está construyendo un tanatorio) que se transformó en centro neurálgico de la ciudad. Incluso fue tutor del internado del colegio Balmes.

Su prestigio alcanzó niveles muy altos porque su actividad era amplísima. Ver artículos en la prensa en los que defendía la ‘gimnasia higiénica’ era habitual y sus asaltos de esgrima eran famosísimos, por lo que en 1889 se le otorga la cátedra de gimnasia del Instituto de Pontevedra a propuesta del Consejo de Instrucción Pública. Es el reconocimiento a una excepcional trayectoria, el puesto lo compagina con el de jefe del parque de Bomberos (tiene un grave incidente con el alcalde, que le hace pasar una noche en la cárcel junto al resto de miembros de su equipo), un cuerpo que había creado en A Coruña y en Santiago y años más tarde en Vigo a raíz del incendio del teatro Rosalía.

A finales de 1910, Pontanari acompañado por sus dos hijas (Eva y Gloria) y ya viudo abandona Pontevedra donde recibe numerosos elogios. La prensa de aquel entonces destaca que "Pontevedra tiene una contraída deuda con el insustituible profesor", como señala ‘Un hípico’ en El Diario de Pontevedra.

La mayoría de las actividades del florentino con corazón gallego fueron desinteresadas y filantrópicas. En Santiago había creado un taller mecánico-ortopédico y en Pontevedra continuó con esa misma actividad. Inventó un inodoro para extraer y transportar materias fecales que fue comprado por el ayuntamiento de San Sebastián. Además de tirador, forzudo y maestro de gimnasia fue un destacado ciclista. Era habitual verlo montado encima de un velocípedo y era tan entusiasta que en 1891 organizó las ‘Cincuentas leguas Santiago-Pontevedra-Oporto’.

Una de sus facetas más destacadas fue la de ortopedista. Defensor de la actividad física como método de sanidad. Fabricaba toda clase de aparatos ortopédicos como también cintas-fajas para señoras y caballeros, aseguraba la prensa de la época, trobangueros y corsés. Era tal su prestigio que a Pontevedra acudían personas de diferentes puntos de Galicia para poder ser curados por el italiano. No era raro ver en la prensa artículos de agradecimiento como el del doctor Luis Rodríguez Seoane.

Desconocido para una gran mayoría, Attilio Pontanari y Maestrini (1850-1924) fue un pionero de la educación física que fomentó en la sociedad de aquel entonces los valores que en Francia trataba de divulgar su coetáneo Pierre de Coubertain, que a principios de los años noventa del siglo XIX trató de recuperar el movimiento olímpico.

El maestro de Valle-Inclán

Si hay una persona con la que Pontanari mantuvo una relación muy personal, esa fue Ramón María del Valle-Inclán. La influencia del florentino en el insigne escritor fue muy amplia. Se conocieron en Santiago de Compostela cuando uno era profesor de la Sociedad Económica y el otro alumno. El genio fue un gran aficionado a la esgrima, en la que le introdujo Pontanari, que además fue su maestro de italiano.

Se conocieron en Santiago, pero fue en Pontevedra donde ambos fraguaron una extraordinaria amistad. La primera referencia bibliográfica de la afición del escritor por la esgrima y su relación con Pontanari es la serie de textos bajo el título de ‘Los fantasmas’, que publicó el doctor Otero Acevedo en Heraldo de Madrid, no en vano es revelador que el escritor use el término italiano ‘scherma’ en algunas de sus publicaciones. Sin duda, era por la influencia de su profesor. En Pontevedra, Valle toma parte de las clases que Pontanari da en el Liceo Gimnasio y también en el Instituto (ocupaba el actual edificio Sarmiento del Museo), pero además, participa hasta en cinco exhibiciones públicas.

La más famosa se produce el 9 de diciembre de 1894 en el Liceo Casino (algo más de un mes antes se había llevado a cabo otra, que recoge una noticia del 3 de noviembre de la Gaceta de Galicia). El duelo entre Pontanari y Valle-Inclán fue la ‘atracción’ de un asalto en el que tomaron parte cerca de una docena de tiradores. El Diario de Pontevedra del 10 de diciembre publica un análisis profundo de la velada asegurando que el italiano "se presentó como un verdadero luchador".

Los elogios hacia el futuro gran escritor (todavía no había publicado su primer libro) también son numerosos: "Estuvo apuesto y atrevido". Hasta en tres obras de Valle hay personajes con el nombre de Atilio o Atilo. Pontanari fue un extraordinario defensor de las virtudes del deporte (le llamaba habitualmente gimnástica). No solo la alaba en sus clases, en sus acciones, en sus intervenciones, sino que iba más allá.

Pedagogo

Entre enero y marzo de 1898, escribió cuatro artículos en ‘El Noticiero Gallego’ en los que hacía hincapié en la necesidad de la práctica de actividad física. Pontanari se caracterizaba por su contundencia, por ello no extraña que el primero de sus artículos (editado el 25 de enero de 1898) lo termine asegurando que aquel que no cree en la sanidad del movimiento (deporte) o es un necio o un vago digno de compasión. Además, muestra su convencimiento de que "es una gran verdad que el movimiento es circunstancia obligada para la vida normal".

Unas palabras que ahora, en pleno siglo XXI, no suenan extrañas, pero que a finales del XIX parecían una locura. El tercer artículo está dedicado a la gimnasia en la educación de los niños. "En el verdadero equilibrio entre el trabajo intelectual y el físico es indespensable no contrariar extremadamente la naturaleza, bajo ninguno de ambos conceptos". Pontanari, fiel a su perfil de pedagogo, igual que Coubertain, destacaba que es necesario "armonizar el espíritu con la materia, no vacilamos en afirmar que la gimnasia higiénica puede ser regeneradora en gran parte de los hombres del porvenir". Su discurso está de plena actualidad, lo que demuestra la importancia de defenderlo hace más de cien años.

jueves, 2 de abril de 2015

50 años del ¡Hai que roelo!

Un día como el de mañana, pero de hace medio siglo, comenzó a fraguarse la leyenda granate. Se cimentaba la etapa más gloriosa no solo del Pontevedra Club de Fútbol sino, probablemente, del deporte de la ciudad del Lérez. Fue tan importante, que 50 años después se sigue recordando con

fuerza y con añoranza, porque el 4 de abril de 1965 en el Stadium Gal de Irún el equipo de Pasarón lograba el punto necesario para regresar, tras un año en Segunda, a Primera División.

Casi dos años antes el Pontevedra había protagonizado su mayor hazaña al consumar el ascenso a Primera gracias al ‘gol del ajo’ de Rafa Ceresuela, que dio paso a  una efímera temporada en el reino de los grandes. En Irún los granates hacían realidad el deseo de toda una ciudad. La aspiración de la vuelta a la élite se hacía realidad, aunque en cierto modo era previsible por la trayectoria del equipo durante la liga.

Si el primer ascenso fuera agónico, el segundo se esperaba desde hacía varias semanas, ya que desde la novena jornada las huestes de Marcel Domingo ocuparon el primer puesto y no lo abandonaron hasta el final. El mal comienzo liguero (3-1 en El Molinón) no fue presagio de nada malo, sino todo lo contrario, porque esa fue la derrota más amplia cosechada durante un más que brillante campeonato en el que sumó trece partidos consecutivos sin perder, cuatro victorias consecutivas  y en el que no encadenó más de una jornada tropezando. 

Los números demuestran la magnitud del equipo granate que se ganó el apelativo de ‘Atila, rey de los Hunos’, porque Pasarón siempre daba un uno en la Quiniela. Ese fue el anticipo del ¡Hai que roelo!, que adquirió su nombre en el estadio Insular de Las Palmas gracias a una pancarta exhibida por emigrantes gallegos con motivo de un partido ante el equipo local. Se decía ya por entonces que el conjunto pontevedrés era un hueso duro de roer, de ahí ese grito de guerra de que «había que roerlo como a un hueso».

La base del equipo se había cimentado la temporada anterior, la de Primera, y en ese ejercicio se vio reforzada con varios jugadores que marcaron una época en el conjunto pontevedrés. Las altas junto a los que continuaban conformaron un equipo imbatible que logró ante el Osasuna (4-0) la mayor goleada de esa temporada como local y frente al Hospitalet (0-3) la mayor como visitante.

Esos resultados hicieron que cuando restaban dos jornadas para la conclusión del campeonato de la regularidad se garantizase matemáticamente el primer puesto del grupo Norte de Segunda División y de esa manera el ascenso directo a Primera División en forma de leyenda, porque daba la sensación de que aquello era simplemente el anticipo de algo más grande. Los que lo pensaron no se equivocaron, porque la ciudad enloqueció con un lustro para la eternidad gracias a un ¡Hai que roelo! que clavó un puñal desafiante sobre la mesa de los poderosos, negándose a seguir la partida desde la sombra.

Todo lo vivido no sería posible sin el ascenso logrado en Irún. Dejó de ser Atila para convertirse en ¡Hai que roelo! y comenzar a fraguar una leyenda que sobrevive al paso del tiempo.

Reportaje publicado el 3 de abril de 2015 en Diario de Pontevedra

domingo, 22 de marzo de 2015

20 años de una hazaña















El 25 de mayo de 1995 el Rías Baixas se convertía en el tercer equipo gallego en competir en la mejor liga del mundo de fútbol sala


«LA PÁGINA que hemos escrito continuará siendo recordada dentro de 20 años porque ha significado un hito histórico dentro del fútbol sala de la provincia». La frase fue pronunciada, precisamente hace casi dos décadas, por una de las personas claves en un hito del deporte pontevedrés, el ascenso a la mejor liga del mundo de fútbol sala del Rías Baixas.

El tiempo ha transcurrido y este miércoles se cumplirá la cantidad de años de los que hablaba Jorge Alberto García, entrenador del conjunto pontevedrés que hacía historia en la noche del sábado 25 de marzo al lograr matemáticamente el ascenso -todavía quedaban cuatro jornadas para la conclusión del campeonato liguero- tras derrotar en su propia pista al Candesa.

20 años después los protagonistas de la hazaña –solo faltaron Marcos, Fabián y Rodri- volvieron a juntarse junto al cuerpo técnico y alguno de los dirigentes del club. Hasta el pasado jueves nunca volvieron a estar todos juntos porque al final de esa temporada, incluso antes, algunos describieron caminos diferentes. En la actualidad, la mayoría de ellos están alejados del deporte que les tenía reservado una página inolvidable porque se consumía un resultado que se había transformado en un sueño.

En la noche del sábado 25 de marzo de 1995, el Rías Baixas escribía en Cantabria la que era hasta aquel momento la página más importante de sus 20 años de existencia. A falta de cuatro jornadas para la conclusión de la liga regular, su victoria (5-6) sobre el Candesa le daba matemáticamente el derecho a medirse, la campaña siguiente, a los grandes de este deporte, que a partir de aquel entonces ya no vendrían a la ciudad del Lérez a disputar torneos amistosos (como el caso de El Pozo, Chaston o Macer FS) sino a jugar partidos de la mejor competición ‘doméstica’ del mundo.

La consecución del ascenso a falta de cuatro jornadas demuestra la espectacular trayectoria de un conjunto pontevedrés que permaneció 16 partidos consecutivos sin conocer el amargo sabor que genera una derrota. De la mano de Jorge Alberto García Argibay, que esa temporada había vuelto al banquillo de un conjunto en el que en el ejercicio 89-90 había llevado al tercer puesto de la División de Honor de la FEFS, se convirtió en el mejor equipo de la División de Plata, que estaba compuesta por dos grupos de 14 formaciones cada uno, en la que  ascendían los campeones y los clasificados del segundo al quinto puesto disputaban el play-off. Un hecho que significaba una modificación en el sistema de competición con respecto a la temporada anterior en la que el Vijusa Valencia le había dejado sin el anhelado cambio de categoría.

El equipo había ganado en experiencia y eso se notaba. El bloque principal de la plantilla se mantenía y se reforzaba con la incorporación de cuatro jugadores, especialmente dos (Óscar Ordóñez y Javi Arnau, viven en Elche y Valencia respectivamente y el jueves estuvieron en Pontevedra) que estaban llamados a ser determinantes, y que así lo fueron, especialmente el primero de los mencionados, que procedía del Coelca Toscal canario después de haberse formado en el Macer de Almazora (posteriormente Playas de Castellón), mientras que Arnau era un cierre que había militado en el Super G de Denia después de hacerlo en el Almazora y en el Valencia Vijusa. Las otras altas fueron Rodri y Fabián.

Las bajas habían sido tres: Sebas, Edu y Viero, que había dejado la práctica activa del fútbol sala para convertirse en el ayudante de un Jorge Alberto García que cuatro años después regresaba al Rías para sustituir a José Suárez, quien tras ocupar el puesto de Paco Presas, llevó al Rías a disputar el play off y la fase final de la Copa. Los cuatro fichajes se incorporaron a un equipo que mantenía a Néstor y Carlos Márquez ‘Chenlli’ como porteros. Beto (está afincado en A Estrada) y Carlinhos (hace varios meses regresó a Pontevedra para quedarse a vivir aquí) formaban la pareja de extranjeros. Dos jugadores determinantes, sobre todo el primero, porque marcaba diferencias en una categoría que comenzaba a quedarse pequeña hasta tal extremo que, tras la consecución del ascenso, fue cedido al potentísimo Caja Castilla La Mancha Talavera de División de Honor, mientras que su compañero al Adelanto de Salamanca. Marcos Ferreira, Julio Delgado, Pedro Iglesias, Viti y Alberto Tenorio completaban la columna vertebral. 
Desde la primera jornada, el Rías dejó claras sus intenciones.  El paso de los encuentros lo convirtió en el conjunto a batir. Solamente el Xota Diario de Noticias (actualmente Magna Navarra de la División de Honor) era capaz de seguir su estela. El encuentro contra los pamplonicas, el 4 de marzo en el CGTD, significó un punto de inflexión. El triunfo convertía el ascenso en algo que se iba a producir tarde o temprano. Así fue, porque tres confrontaciones después, los pontevedreses tenían la primera oportunidad de conseguirlo, y no fallaron.

Fue un partido intenso y muy igualado porque los cántabros estaban luchando por la permanencia. El Rías remontó el gol inicial de su adversario para ponerse 1-3 en el marcador gracias a los tantos de Óscar, Beto y Julio.

Los santanderinos redujeron distancias para ponerse con 2-3, aunque un nuevo tanto de Julio (vive en Burela) colocó el 2-4 que dio paso al empate a cuatros del Candesa, que Beto rompió para lograr el 4-5. Volvió a igualarse la confrontación a cincos y, a poco para la conclusión del choque fue uno de los dos únicos lerezanos del equipo, Pedro Iglesias, el que dio un histórico triunfo.

El ascenso fue el primero logrado por un equipo de la provincia de Pontevedra a la División de Honor de la LNFS y el segundo de un club gallego tras el Academia Postal (el Chaston no llegó a ascender porque compitió en la categoría como uno de los fundadores de la LNFS). Un hito que era un sueño resumido en una frase muy elocuente pronunciada por Isidro Otero 48 horas después del cambio. «El ideal que me planteé hace 20 años lo he conseguido» para después mirar el futuro con prudencia porque sabía lo que venía encima. «Tenemos los pies en el suelo y sabemos lo que nos espera, puesto que son muy pocos los elegidos». Meses después abandonó el barco dejando la presidencia en manos de Juan Chaves.

El logro fue la culminación de una temporada excepcional, aunque dos meses antes el Rías había conseguido la Copa de Plata y después ponía la guinda a la temporada con el triunfo en la final de la Copa de Campeones ante el Ceuta. Aquel Rías confirmó que los sueños se pueden hacer realidad.

El ascenso dio paso a un ciclo de cinco años en la División de Honor, en la que llegó a disputar un play-off por el título en el ejercicio 98-99 y también la Copa de España. Un lustro en el que pasaron por el Municipal los mejores jugadores del mundo como Carosini o Paulo Roberto. Un lustro para no olvidar nunca.

20 años y con la añoranza de la orfandad de no disponer un conjunto masculino en las dos primeras categorías del fútbol español, los héroes de aquel logro recordaron las vivencias de una temporada que nunca olvidarán porque el tanguero de los tangueros, Carlos Gardel, cantaba que 20 años no son nada, pero en un mundo con poca memoria, 20 años son una eternidad.



domingo, 15 de febrero de 2015

El todopoderoso mexicano de Galicia

AUNQUE SUS BIOGRAFÍAS oficiales señalan México como su lugar de nacimiento, Mario Vázquez Raña siempre se sintió gallego de la localidad ourensana de Avión, donde pasaba sus vacaciones y hacía escala en cuanto sus viajes se lo permitían y a donde acudían a jugar con él al dominó personajes como Carlos Slim (el tercer hombre más rico del mundo) o José María Aznar. Su jet privado era habitual en el aeropuerto vigués de Peinador.

Su poder era tan grande y sus cargos tan variados, que cuando se presentaba no entregaba una tarjeta personal, sino un sobre que contenía siete. En sus años de esplendor, el ‘gallego’ fue todopoderoso, hizo y deshizo a su antojo. Fue determinante en toda una era, la de los ‘cuatro latinos’, que llegó a su fin a su muerte porque ya no están el brasileño Jõao Havelange, que estuvo al frente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) durante 24 años. Ni el italiano Primo Nebiolo, 18 años mandando en la por entonces Federación Internacional de Atletismo (IAAF). Y tampoco el español Juan Antonio Samaranch, que presidió el Comité Olímpico Internacional (COI) durante 21 años, que mantenía con Raña una relación muy especial.

Hay un dato muy relevante en la autobiografía de Samaranch, ya que el de Raña es uno de los tres nombres que más menciona el histórico dirigente barcelonés que era habitual del avión privado del mangate mexicano y en el que se desplazó de Sidney a Barcelona durante los Juegos del año 2000, para asistir al entierro y funeral de su mujer. 

El jet privado de Raña fue además el vehículo que utilizaron presidentes y miembros del COI para sus desplazamientos por todo el planeta. Allí, para hacer más llevaderas las horas de vuelo, le gustaba jugar al dominó haciendo pareja con Jimena Saldaña, su mano derecha desde hace más de treinta años. «Con Samaranch y Nebiolo éramos una fuerza infernal, una fuerza para beneficio de todos», dijo el 22 de abril de 2010 al asistir al funeral de Samaranch.

A través de la Odepa (Organización Deportiva Panamericana) Vázquez Raña mandó en el olimpismo de toda América, pero como presidente de la Asociación de Comités Olímpicos Nacionales (ACNO) entre 1979 y 2012 -33 años- y de Solidaridad Olímpica, -que reparte dinero a países pobres- su influencia era gigantesca y de alcance planetario. A eso hay que unirle su presencia en el comité ejecutivo del COI del que fue miembro hasta cumplir la edad límite de 80 años. Entró en el organismo el mismo día que el actual presidente, Thomas Bach.

La influencia y poder de Vázquez Raña -pese a no hablar una palabra de inglés- fue usada por Juan Antonio Samaranch para revolucionar el COI y consolidar su presidencia. Fue un apoyo crucial. El dirigente español tuvo claro, desde que asumió en 1980 el mando del movimiento olímpico, que para recuperar el organismo creado por Coubertain necesitaba contar con el respaldo de los comités nacionales y de las federaciones internacionales, verdaderos impulsores del deporte. No en vano los CON, cuya asociación presidía desde 1979, hasta entonces habían pintado más bien poco en el COI.

Aunque era prudente, tenía de vez en cuando arranques de incómoda sinceridad, como cuando afirmó que el 90 por ciento de los miembros del COI aprobaban «cosas con las que no estaban de acuerdo».

Además de su avión, su dinero y sus grupos empresariales acudieron al rescate del Comité Olímpico Internacional siempre que el organismo lo necesitó. Si no había donde celebrar una asamblea, allí estaba don Mario para ofrecerse. De hecho, la Sesión del COI solo se ha organizado hasta ahora siete veces en Latinoamérica y tres de ellas han sido en México: 1943, 1968 y 2002. También ACNO y ODEPA se han beneficiado en muchas ocasiones de la hospitalidad del listo dirigente de origen gallego que decidió dimitir de la presidencia de los comités nacionales cuando comprobó que había perdido su control y que tenía las de perder con el jeque kuwaití Ahmad Al-Fahad Al-Sabah, pero no dudó en denunciar «la demencial y agresiva carrera» que se había abierto para sucederle.

Reconocido en algún momento por los medios como el motor deportivo de América Latina, Vázquez Raña se caracterizó por su personalidad, su carácter duro y su capacidad para negociar como demostró después de que el Gobierno cubano se enojara porque le dieran la sede de los Juegos Panamericanos de 1987 a Indianápolis y no a La Habana. Entonces se entrevistó con Fidel Castro y lo convenció de organizar la edición de 1991.

Mario Vázquez Raña -su hermano Olegario es el presidente de la Federación Internacional de Tiro- era el propietario de la Organización Editorial Mexicana, la mayor compañía de diarios del país que edita 70 periódicos y tiene 24 estaciones de radio. Entre 1986 y 1986 fue dueño de la agencia de noticias estadounidense United Press Internacional (UPI).

martes, 30 de septiembre de 2014

El Mundial que cambió la historia

HACE 25 AÑOS, durante casi dos semanas, Galicia y especialmente la provincia de Pontevedra congregaron no solamente a las mejores  promesas de 16 selecciones nacionales, sino a la que está considerada como la mejor generación del  balonmano universal. Lo hizo con  motivo de la disputa de la séptima  edición del Mundial júnior. No  fue un campeonato cualquiera.  Se trató de la concentración de lo  que, a posteriori, sería una constelación de estrellas. Podía parecer, inicialmente, otra de tantas  reuniones generacionales, pero  con la perspectiva del tiempo se  puede considerar el comienzo de  una era única.
Aquel fue el campeonato de los campeonatos. Un evento excepcional que sirvió para que un día  como hoy, pero de hace un cuarto  de siglo, el Pabellón Municipal fuera escenario del encuentro con más  público de la historia del balonmano gallego, ya que más de seis mil  personas (dos mil se quedaron fuera y en la reventa incluso se llegó  a pagar 70 euros por una entrada  que valía siete) se dieron cita en el  recinto que, más de dos décadas  antes, había diseñado Alejandro  de la Sota.
El España-Unión Soviética fue el partido del campeonato. La final perfecta para una competición en la que participaron cuatro  jugadores  que posteriormente fueron elegidos como los mejores del mundo (Talant Dujshebaev en     1994 y 1996, Jackson Richardson en 1995, Stéphane Stoecklin en 1997 y Dragan Skrbic en 2000). La relación podía haber sido mayor si desde 1991 hasta 1993 la IHF convocara el premio o si alguna vez el  elegido hubiera sido alguno de los  que están considerados como dos  de los mejores porteros de la historia, el sueco Tomas Runar Svensson y el español David Barrufet,  integrantes de la amplia relación  de nuevo valores que comenzaron  a mostrarse al universo en tierras  pontevedresas.
«De allí salieron muchos de los que después serían los mejores del mundo, estrellas para Francia, Alemania, Hungría o España». La frase pertenece a Talant Dujshebaev, que 25 años después mantiene frescos en la memoria los  recuerdos de «un campeonato de  un nivel excepcional. Fue mi primer enamoramiento de España. En cada encuentro se vivía un gran ambiente. Pabellones llenos, encuentros intensos y ¡ganamos!».
‘Galicia 89’, que así fue como se denominó, también fue el lanzamiento de la mejor generación de  la historia del balonmano español.  Doce de los 15 jugadores entrenados por Cruz María Ibero acabaron  convirtiéndose en importantes en  sus respectivos equipos de la Liga  Asobal (solo Galisteo del Naranco,  Manolo Carmona del Atlético de  Madrid y posteriormente del Teucro y Juan Garalt del BM Madrid no  triunfaron) y la mayoría de ellos  integraron el bloque de la selección  que abrió para España las puertas  de la élite mundial (plata en el Europeo de 1996 y bronce en los Juegos de Atlanta de casi dos meses  después).
La selección española llegaba a la cita avalada por la plata conseguida dos años antes en Yugoslavia y con una generación en la que estaban depositadas muchas esperanzas. Cinco jugadores del BM Granollers (Jordi Núñez, Enric Masip, Mateo Garralda, Ricardo Marín y Jordi Fernández) formaban la columna vertebral, con el respaldo de los azulgranas David Barrufet, Iñaki Urdangarin y Fernando Barbeito; los jugadores del Bidasoa Olalla y Ordóñez y el colchonero Urdiales.
 Camino del podio
España no falló, hizo un Mundial perfecto. En la fase inicial logró el objetivo de acabar primera después de ganar a Checoslovaquia en el partido inaugural jugado en Santiago y a Islandia, mientras que en la última  jornada, con el pase garantizado,  perdió contra Alemania. Su mente ya estaba puesta en la segunda  ronda, para la que se clasificaban  los tres primeros de cada grupo.  Los que ahora son conocidos como  los ‘Hispanos’ se vieron la cara con  Polonia, Hungría y Suecia, con la  que se jugaron la clasificación para  la final en un épico partido (21-19),  en el que la afición pontevedresa  desempeñó un papel crucial y en  el que el portero Svensson tuvo un  rendimiento memorable (42 por  ciento de paradas). En ese encuentro nació el calificativo de la ‘mejor  afición de España’.
En el Mundial participaron potencias como la Unión Soviética,  Yugoslavia, Alemania o Suecia;  alternativas de poder como Francia y Corea o combinados ‘exóticos’  como Estados Unidos, que perdió  todos sus partidos por goleada,  Egipto o Argelia. En la primera fase la selecciones estuvieron repartidas  en cuatro grupos que tuvieron como sedes A Coruña, Ferrol, Lugo y Ourense. La provincia de Pontevedra fue escenario,  íntegramente, de la segunda parte  de la competición: fase de consolación, lucha por el título y finales  por puestos.
Los prolegómenos del Mundial  tampoco estuvieron alejados de la  polémica e incertidumbre porque  la organización –corrió a cargo de  la Federación Gallega de Balonmano- tuvo que modificar las sedes  porque Vigo optó por ocupar el pabellón de As Travesas con la actuación del Ballet Soviético, por lo que  uno de los grupos por el título –en  el que estaba España- se trasladó a  Pontevedra y el otro se desarrolló  entre Chapela y O Porriño. Caldas  y Lalín también fueron escenario  de partidos.
De todas las estrellas que brillaron hubo una que lo hizo por encima de las demás. El de ‘Galicia  89’ fue el Mundial de un jugador  de ojos rasgados, con una cintura  que se movía como una mariposa y  cuyos lanzamientos, igual que los  puños de Ali, picaban como una  avispa. Había nacido 21 años antes en Frunze, en la ahora independiente República de Kirguistán,  que en aquella época pertenecía a  la Unión Soviética. Su seleccionador lo reservó en el partido decisivo  -el último de la segunda fase- contra Yugoslavia para que llegara  fresco a la final, en la que dio todo  un recital, con doce goles, y dirigió a su selección hacia el título a costa de España (17-23).
Aquel chico valiente en la pista, pero tímido fuera de ella, era  Talant Dujshebaev. «Galicia fue  clave para mi carrera», reconoce.  Años más tarde, tras la desintegración de la URSS, se convirtió  en un español más.
El del genio de Kirguistán, que en Galicia comenzó a enamorarse de España, fue uno de los nombres propios de un campeonato que engendró a una generación que agrandó la historia del balonmano mundial.
Soviéticos y españoles se repartieron los dos primeros cajones  de un podio que completó la Yugoslavia del que acabaría siendo  portero del Teucro, Dejan Peric, y  que contaba con un equipo excepcional con jugadores como Matosevic, Dragan Skrbic y Jovanovic.  En la lucha por el bronce superó a  Alemania. El cuadro de honor lo  completó Islandia, que fue quinta  tras superar a Francia.
Fue el Mundial en el que triunfó una afición que asombró por  su respuesta y en el que también  lo hicieron una generación que  transformó la historia y un grupo  de jugadores que cambió el destino  de la selección española.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Asteroide humano

Miguel Induráin, se convertía hace 20 años -se cumplieron el pasado martes- en el velódromo de Burdeos, en el corredor mas rápido de la historia en dar pedales durante una hora. Una hazaña que ampliaba, todavía más, la leyenda de uno de los mejores ciclistas del mundo.




‘ASTEROIDE HUMANO’. Así tituló Diario de Pontevedra, a toda página, su portada del 3 de septiembre de 1994, un día después de que Miguel Induráin, el fenómeno deportivo de aquel entonces, agrandara su leyenda batiendo el récord de la hora. Un logro que se tomó como la culminación de la carrera de un ciclista que acumulaba cuatro tours de Francia y dos giros de Italia.

El navarro, con su revolucionaria bicicleta que se bautizó como ‘Espada’, recorrió 53,04 kilómetros en una hora, aunque su récord estuvo vigente muy poco tiempo. Solo dos meses después, el suizo Tony Rominger, que nunca pudo vencerle en una gran vuelta, se sacaba la espinita y al menos batía a Induráin sobre el velódromo, que lo intentaría una segunda vez al año siguiente en Colombia, sin éxito, en el que sería el comienzo del declive en su carrera.

Los 53,040 kilómetros recorridos por Induráin en Burdeos están considerados como una marca que ya entonces, en 1994, se estimó que quedaba por debajo de las posibilidades reales del ciclista navarro.

Antes de intentar el récord, Miguel Induráin se sometió a una prueba de esfuerzo en el laboratorio que determinó que su potencia máxima era de 572 vatios, que su potencia en el umbral láctico (antes de que la acumulación de lactato en la sangre produzca la fatiga insuperable), era de 505 vatios (dato excepcional), y que con esa potencia, con el corazón latiendo a 183 pulsaciones por minuto y los músculos gastando 5,65 litros de oxígeno por minuto, la velocidad que debería alcanzar durante un buen rato sería de 52,8 kilómetros por hora. Estos datos coincidían, con pequeñas variaciones, con los conseguidos en otra prueba realizada no sobre bicicleta estática, sino en un velódromo. El día que batió el récord de la hora, Induráin desplegó una potencia de 509,5 vatios, nada menos que un 17% más de lo calculado.  Esos registros hacen que el navarro sea considerado como el número uno del ranking histórico del récord de la hora.

El gran Eddy Merckx, a principios de los 70 y el italiano Francesco Mosser, en 1984, fueron los últimos grandes ciclistas que consiguieron ser los más rápidos después de una hora dando vueltas en un velódromo. Pero con la aparición de Graeme Obree en 1993, el récord de la hora volvió a ponerse de moda. El ‘escocés volador’  revolucionó esta prueba al participar con una bicicleta creada por él mismo y con una postura bastante extraña sobre la misma. Batió el record de la hora en dos ocasiones, arrebatándoselo en esta seguida ocasión a Chris Boardman, aunque curiosamente jamás dio el salto al ciclismo profesional.

La segunda marca establecida por Obree fue la que el 2 de septiembre de 1994 batió Miguel Induráin en el velódromo de Burdeos, que en el primer lustro de los noventa se convirtió en el lugar de peregrinación del récord de la hora. No en vano, allí fue donde Rominger, dos meses después del registro del pentacampeón del Tour, le arrebató el registro.

Y cuando parecía que nadie iba a poder arrebatarle ese récord, volvió Chris Boardman en 1996 y el gran contrarrelojista británico, campeón mundial de la disciplina en 1994, llegó a superar la barrera de los 56 kilómetros usando el mismo estilo que en su día utilizó Obree sobre la bicicleta.

Después llegó el vacío y posteriormente la prohibición de la UCI. Todos los récords desde Merckx en adelante fueron cancelados porque se usaron materiales y bicicletas revolucionarias, convirtiendo la prueba en una guerra tecnológica en lugar de una lucha de esfuerzo humano.  Los registros logrados con ‘bicicletas tecnológicas’ fueron englobados en una nueva categoría denominada ‘Mejor esfuerzo humano’.


Y así, sin ningún elemento que favoreciera la aerodinámica, Chris Boardman batió al ‘caníbal’  Merckx en el año 2000. Su récord se mantuvo vigente hasta 2005, cuando se consiguió la marca que ahora mismo se considera como oficial, los 49’7 kilómetros que consiguió el ciclista checo Ondrej Sosenka, un ciclista ya retirado que fue más veces noticia por el dopaje que por sus éxitos como profesional.