martes, 10 de diciembre de 2013

La leyenda del agua a la que el tiempo hizo olvidar

El pontevedrés Manuel Estévez Rodríguez se convirtió en 1940 en el primer nadador gallego de la historia que subía al podio de un Campeonato de España, una hazaña de incalculable valor que no fue produzto de la casualidad, ya que en el primer lustro de los años cuarenta del siglo pasado fue considerado como uno de los mejores bracista españoles, acumulando medallas y récords en los diferentes campeonatos nacionales a pesar de la falta de medios -en nuestra comunidad no había piscinas- y de recursos. El momento en el que vivió hizo pasar al olvido a un deportista que, a punto de cumplir los 93 años tiene, por derecho, un lugar en los anales.

Un día a un grupo de chiquillos que jugaban en As Corbaceiras les dijeron que se tiraran al agua, que fueran hasta la otra orilla y regresaran; cuando el último volvió a tocar tierra firme, al primero le dijeron que había sido seleccionado para tomar parte en competiciones locales y regionales para posteriormente poder acudir al Campeonato de España.

La escena se remonta al verano de 1939, cuando tan solo habían transcurrido unas cuantas semanas del final de la Guerra Civil y el chaval que había llegado primero pensaba que “me estaban tomando el pelo”, confiesa cuando han transcurrido más de 74 años de aquella situación, y a punto de cumplir los 93 años (lo hará el próximo 8 de enero), Manuel Estévez mantiene fresca en su abundante memoria muchos de los recuerdos de una juventud en la que el niño que nadaba más rápido que nadie en el Lérez se transformó en uno de los mejores nadadores de la historia de Galicia.

Manuel Estévez nació, por expreso deseo materno, en Ponteareas, de donde era originaria su familia porque “mi madre fue a dar a luz allí, pero llevaban tiempo viviendo en Pontevedra y a los pocos días volvieron para allí”, confiesa alguien que lleva residiendo desde hace 60 años en A Coruña –“desde que me casé”-, pero que reconoce que, “por encima de cualquier sitio, me siento de Pontevedra”.

En los años 20 y 30 del siglo pasado el río Lérez era uno de los epicentros de la actividad social, deportiva y lúdica de la ciudad, que miraba mucho hacia él. Al mismo tiempo era el gran escenario de la actividad deportiva, especialmente la zona de As Corvaceiras, donde los partidos de waterpolo, las travesías o las carreras de velocidad eran constantes. También era el lugar donde los jóvenes, y los que no lo eran tanto, se divertían en su tiempo libre, entre ellos; un chaval al que los deportes no se le daban mal, pero que nunca se había planteado tomarse en serio el deporte, pero la visita de aquellos entrenadores le cambió la vida.

Estévez se enroló en el Marítimo -club que a raíz de su fusión con el Náutico en 1958 se transformó en el actual Naval de Pontevedra-, con el que comenzó a tomar parte en las primeras competiciones, que tenían un carácter local, provincial o universitario hasta que en 1940 logró participar en el Campeonato de España, que la Federación Española concedió al Náutico de Vigo.

El evento no solo fue un reto para el pontevedrés, sino también para la organización, ya que en 1940 Galicia no contaba con ninguna piscina –la primera se inauguró al año siguiente en A Coruña, en el antiguo solar de la cárcel, donde ahora está el Hotel Hesperia Finisterre-, por lo que en la dársena del puerto se ‘aparceló’ una parte del mar y se instalaron las diferentes calles. El campeonato se incluía en los actos de homenaje a la Marina Española, pero por la falta de instalaciones adecuadas no se pudieron celebrar los concursos de saltos. Se dieron cita miles de personas que trataban de olvidar las heridas de la reciente Guerra Civil, así como los mejores nadadores españoles que resistieron al conflicto bélico.

La natación gallega apenas tenía bagaje. La federación regional se había constituido a principios de los años 30. Las pocas referencias históricas eran el marinero ferrolano, Abelardo López Montovio, que estuvo a punto de ir a los Juegos Olímpicos de Amberes de 1924, en los que el pontevedrés Luis Otero fue plata con la ‘furia española’ de fútbol, pero por las presiones recibidas el COE optó por no convocarlo. Así como en el primer lustro de los años 30, los coruñeses Casteleiro, Miranda, Bremón, o Campanioni, o los vigueses Joan Docet y Josep M. Puig (dos catalanes que mostraron a sus compañeros las excelencias del estilo crol, desconocido para ellos), Rivas, Concejo, o Castiñeiras.

Las expectativas de la representación gallega eran mínimas. Toda la atención estaba centrada en otros deportistas, pero de repente surgió la figura imponente de un joven pontevedrés de 19 años que se colgó la medalla de plata -se daban copas- en los 200 metros braza (en aquella época se llamaba braza de pecho), solo superado por el que en los siguientes años sería uno de sus eternos rivales, Garamendi, mientras que la tercera plaza fue para Sabaté. Los tres dominaron durante lo años 40, a nivel nacional, las diferentes pruebas de esta especialidad.

La mayoría no salía de su asombro, como reflejan las crónicas de la época, porque Manuel Estévez solamente era conocido a nivel local y un poco en Galicia. “Si ese campeonato no hubiera sido en Vigo, con toda seguridad no hubiera podido participar, pero al ser tan cerca se habían hecho pruebas de selección y tenía más posibilidades”, reconoce bajo la atenta mirada de su esposa y de sus hijos. Las anécdotas e historias se van sucediendo de manera espontánea en la conversación. Se mezclan los recuerdos y entre ellos hay un espacio especial para aquella competición porque, “aunque la piscina no la homologaron, aquella tarima flotante era todo un invento. Tuvieron mucho mérito”.

La medalla de plata, la primera en la historia de la natación gallega, hizo que el nombre de Manuel Estévez comenzase a aparecer en los periódicos de la época de una ciudad en la que ya era conocido y cuyos vecinos conocían sus hazañas deportivas gracias a los trofeos que iban apareciendo en el escaparate de un comercio de la calle de La Oliva llamado ‘El Globo’. “Después de una competición el dueño de la tienda me dijo que si quería podía poner allí el trofeo, y a partir de ese momento siempre que conseguía alguno se lo llevaba. Siempre me decía: tú tráeme más”. El guante siempre era recogido por un chico que, además de la natación, también practicaba atletismo -ganaba siempre en 200, 400, 4x400 y altura- y jugaba en la liga de fútbol de modestos como portero del Noácido y El León y en la de federados con el Crispa y al balonmano a once en la recién fundada Sociedad Deportiva Teucro, de la que fue uno de sus primeros integrantes.

La consecución de más trofeos no era sencilla no solamente por las evidentes dificultades deportivas, sino por la falta de pruebas y la lejanía, no solo kilométrica, de Galicia con respecto a los sitios que eran los centros neurálgicos de la natación española, especialmente Canarias, Madrid y Cataluña.

Animado por su estado físico, por el recuerdo de lo sucedido en Vigo y por su pasión por el deporte, decidió ir al Campeonato de España que al año siguiente, 1941, se celebró en Palma. Fue el único gallego que acudió y el viaje fue toda una proeza. “Primero fui en el tren de mercancías a Madrid, después cogí otro a Valencia desde donde, en barco, llegué a Palma después de una travesía de varios días” porque “el transporte no era como el de ahora”.

Galicia, a pesar de presentar solo a Manuel Estévez, logró un espectacular quinto puesto por regiones, únicamente superada por potencias como Cataluña, Castilla, Baleares y Canarias, y por delante de otras como Valencia, Asturias y Andalucía. “El día del desfile inaugural iban llamado uno a uno a los equipos. Cada selección llevaba 12 o 14 nadadores, además de entrenadores y directivos, y de repente dicen Galicia con un único deportista: ¡Estévez! Y el público, sorprendido, comenzó a aplaudir”.

Aquel Campeonato de España fue el preámbulo de su mejor año deportivo, el de 1942, en el que el pontevedrés se consolidó como uno de los mejores bracistas de nuestro país. Todas las competiciones se convirtieron en verdaderas exhibiciones. En la cita nacional fue tercero en 200 y 400 metros, aunque su gran recital llegó en la primera edición del Campeonato Nacional de Educación y Descanso, en el que alcanzó el primer puesto en las dos distancias y batió el récord nacional de los 400 braza y fue, de los 257 participantes, el que obtuvo la mejor puntuación.

Llegó a poseer -mejorándolos en varias ocasiones- los récords gallegos de 100 (1'26”), 200 (3'8”) y 400 (6'56”), así como el de 3x100 estilos, además de la marca nacional de Educación y Descanso en los 400. La suspensión, por culpa de la Segunda Guerra Mundial, de los Juegos de 1940, que se iban a celebrar en Helsinki, y los de cuatro años después, que estaban asignados a Londres, impidieron que el pontevedrés estrenase una condición olímpica, que se había ganado en el agua. Su marca personal en el doble hectómetro significaría ser finalista en los Juegos anteriores (Berlín 36) y posteriores (Londres 48) al conflicto bélico.

Se mantuvo en activo hasta finales de los años 40, aunque nunca perdió contacto con la natación. A mediados de esa década comenzó a desaparecer de los primeros puestos a nivel nacional, pero seguía siendo imbatible en Galicia.

El paso del tiempo fue olvidando la figura del primer grande de la natación gallega. Un deportista ejemplar al que solamente la época que le tocó vivir le impidió conseguir las cotas que posteriormente tuvieron otros con menos méritos. Ahora que mira la vida de reojo Manuel Estévez Rodríguez conserva en su veterana memoria los recuerdos de una época en la que, de por sí, ser deportista era una heroicidad, por lo que describir una trayectoria como la suya alcanza categoría de leyenda.

Estrecho

Aseguran que todos los deportistas tienen un sueño por cumplir. El de Manuel Estévez Rodríguez es el de cruzar a nado el Estrecho de Gibraltar. Una vez, en los años 40, leyendo un periódico, descubrió que una inglesa, Mercedes Gleitze había logrado tal hazaña en 1928. Aquel desafío le entusiasmó, comenzó a surgir en su cabeza la posibilidad de seguir las brazadas de la británica, y más teniendo en cuenta que él era un especialista en travesías, no en vano en su palmarés existen numerosos éxitos en este tipo de competiciones.

Comencé a entrenar y a buscar más información sobre cruzar el estrecho”, explica con añoranza porque “era un reto que me apasionaba”, pero finalmente hizo caso a aquellos que le aconsejaban que “no lo hiciera porque eran 14 kilómetros con el mar a bajas temperaturas”.

Nadie confiaba en el pontevedrés porque “me decían que no tenía la musculatura suficiente para soportar esas bajas temperaturas”. A los primeros comentarios negativos no les hizo caso, pero a la postre sucumbió a esas voces críticas. 70 años después reconoce que en cierto modo se arrepiente porque “hubiera sido bonito poder conseguirlo”. Además, de haber cruzado el Estrecho con éxito, se habría convertido en la segunda persona en lograrlo, en el primer hombre y también en el primer español, porque hasta que el 2 de septiembre de 1948 Eduardo Villanueva llegó a la orilla africana ningún español lo había intentado.

A lo largo de su carrera deportiva destacó en algunas de las travesías más importantes que se celebraban en Galicia. Ganó en dos ocasiones la de Navidad de Vigo que se celebraba en el puerto a la altura de Guixar; de ella todavía recuerda “el frío espantoso que pasamos porque era finales del mes de diciembre”. En 1943 logró el tercer puesto en la Travesía al Puerto de A Coruña.

Para este tipo de pruebas tenía la ventaja de que durante muchos años el único lugar donde nadó fue el río Lérez. “Entonces no había piscinas”. Las competiciones y los entrenamientos se hacían a partir del mes de mayo hasta septiembre, y allí coincidía con Roberto Ozores, Muruais, Malecho, La Rocha...

El rescate del cerdo

A principios de los años 30 del siglo pasado el río Lérez tenía una frenética actividad. Era uno de los lugares de recreo preferido por los pontevedreses y donde los amantes a los deportes acuáticos tenían la oportunidad de practicarlos. Nombres como los de José Rodríguez Ruibal ‘Pepe Malecho’, Armando Casteleiro, Clemente Echevarría o el propio Muruais estarán siempre unidos a este cauce fluvial.

Entre los numerosos pontevedreses que disfrutaban del río estaba Manuel Estévez, que vivía en la rúa Real a la altura de la fuente de los Tornos. Un chaval que generaba admiración entre sus coetáneos por su capacidad natatoria. En las épocas estivales estaba siempre cerca del río y eso le hizo vivir situaciones de todo tipo, algunas de ellas realmente singulares.

Cuando era un chaval vio cómo un señor que se dirigía hacia el puente de A Barca, por la orilla del actual Mercado, comenzaba a gritar y bracear. Cuando se acercó a él escuchó que los lamentos se debían a que la cría de cerdo que llevaba atada a una cuerda se estaba ahogando en el río sin que nadie hiciera nada. Todos daban por perdido al porcino cuando el joven Manuel Estévez se arrojó al agua vestido con ropa de calle, nadando se acercó y lo primero que hizo fue cogerle de una oreja para que no le mordiera. Haciendo gala de sus cualidades, lo fue acercando hasta tierra firme ante la atenta mirada de la multitud que se había congregado.

Los lamentos se transformaron en gritos de alegría según Manuel se iba acercando a la orilla, mientras hacía que el cerdo no hundiera el hocico en el agua para que no se ahogase. La aventura tuvo un final feliz. El buen señor recuperó el cerdo y el joven nadador recibió numerosas felicitaciones, “aunque no me regaló ni un jamón”, comenta entre risas. Estévez, que todavía no era el gran campeón que posteriormente fue, comenzó a crearse una reputación.

El rescate del que se siente más orgulloso se produjo cuando estaba viviendo en A Coruña. Fue en la piscina de La Solana en una tarde de verano en la que se cayó al agua una niña pequeña que no sabía nadar. Nadie se dio cuenta del incidente hasta que de repente escucharon un grito, una vez más Manuel Estévez se lanzó al agua y sacó a la niña que llevaba un tiempo en el agua, por lo que había perdido el conocimiento. Los ejercicios de primeros auxilios que le practicó fueron cruciales para que recuperase su actividad.

En aquella época las carreras en el agua eran a diario. Cualquier excusa era perfecta. También se adentró en el waterpolo –denominado polo acuático-, que era un deporte que generaba una inusitada atención en Pontevedra tanto por practicantes como por espectadores, no en vano cada partido que se celebraba en la dársena de As Corbaceiras, en las inmediaciones de la actual sede de la Autoridad Portuaria, era una auténtica fiesta.

Aquel grupo de amantes de la natación también se divertía protagonizando saltos, que habitualmente tenían su base en el viejo puente del tren, pero los más valientes en más de una ocasión se atrevían a tirarse desde el de A Barca (más de 14 metros). Entre ellos estaba Manuel. “Era toda una aventura. Tirarse desde el puente del tren era lo habitual, pero cuando subíamos al de A Barca la gente se concentraba en las orillas muy pendiente de lo que sucedía”, comenta antes de añadir que “éramos jóvenes e inconscientes”.




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